Feeds:
Entrades
Comentaris

En este post vamos a hablar de los conceptos de campo de fuerzas y campo de luchas y los vincularemos a otros conceptos que ya hemos ido comentando en el curso.

Comenzamos recordando el esquema del + – que es la caracterización que Bourdieu hace del espacio campo: como veíamos en el podcast anterior, las posiciones se han apropiado de diferentes porciones o cuantías de capitales globales existentes en el campo y eso les permite disponer de mayores o menores accesos a los recursos sociales. Como dice Bourdieu: 

“… el espacio social es comparable al espacio físico, que se reconstruye como una carta geográfica sobre la base de principios de diferenciación o de distribución y orientada con un polo positivo y un polo negativo, en el cual los individuos están situados en un lugar determinado por su posición dentro de la distribución de recursos sociales”. 

Y sigue diciendo Bourdieu:

“Los individuos pertenecientes a diferentes regiones de este espacio están separados por distancias más o menos mayores pero pueden también operar al interior de este espacio desplazamientos que no se efectúan de cualquier modo y exigen esfuerzos y, de forma general, tiempo”.

Estas distancias que separan a los agentes actores se traducen entonces en una distribución desigual de recursos y eso tiene efectos directos en cuanto al bienestar de las personas, la satisfacción de sus necesidades (primarias o secundarias) y, por ejemplo, la forma como se concretan los derechos formales consagrados por las leyes y sus consecuencias en relación a la salud, al acceso a la educación, a la vivienda, al trabajo, etc.   

¿Cómo se sostiene esta situación de desigualdad de los espacios sociales? Para explicarlo Bourdieu utiliza las nociones de campo de fuerzas y campo de luchas que operan en todo espacio/campo. 

El campo de fuerzas se produce por la manera como están relacionadas las posiciones: dominación, subordinación, homología, etc. que nosotros caracterizamos como “no relación”. Estas formas diversas de relacionarse las posiciones es básicamente lo que mantiene esa distribución desigual de capitales y recursos. 

El campo de fuerzas es el resultado del carácter estructurado y estructurante del habitus. Estructurado quiere decir que el habitus incorpora en nosotros la estructura social, nos hace incorporar nuestra posición y también el conocimiento y reconocimiento de las demás posiciones del espacio campo: quiénes somos, quiénes son los otros y cómo debemos relacionarnos. 

Y el habitus es estructurante significa que al llevar a cabo prácticas con otros lo haremos desde nuestra posición, a través del conocimiento y reconocimiento del espacio/campo, y relacionándonos consiguientemente con las otras posiciones en dominación, subordinación, homología, etc., según el habitus nos lo haya hecho incorporar. 

Pero todo y su persistencia, este campo de fuerza se ve alterado y hasta modificado por el campo de luchas. 

Dice Bourdieu:

“campo de fuerzas actuales y potenciales, el campo es también un campo de luchas por la conservación o la transformación de la configuración de sus fuerzas”. 

Continúa diciendo:

“el campo, en tanto que estructura de relaciones objetivas entre posiciones de fuerza, sostiene y orienta las estrategias por las cuales los ocupantes de esas posiciones buscan, individual o colectivamente, salvaguardar o mejorar su posición e imponer el principio de jerarquización más favorable a sus propios productos”.

Dicho de otro modo, buscan colectivamente mantener las cuantías de sus capitales y sus privilegios o buscan colectivamente avanzar y mejorar las cuantías de sus capitales y mejorar para sí la distribución de los recursos sociales. Y lo que es importante, que señala Bourdieu: “las estrategias de los agentes dependen de su posición en el campo, es decir en la distribución del capital específico, y de la percepción que tienen del campo”. Y esto nos tiene que hacer considerar la diversidad de capitales y cómo inciden unos capitales en otros o cómo unos capitales pueden tener más efectos que otros en esas estrategias. 

Vemos como hacemos habitualmente, un ejemplo de tipo visual. 

La foto de las fuentes segregadas para personas negras y personas blancas es una representación del campo de fuerzas. Esa situación está reflejando el mapa de +- y se sostiene como un efecto de campo de fuerzas que procede de la historia del esclavismo en los Estados Unidos. En algunos estados de la Unión se mantuvieron legislaciones segregacionistas muchas décadas después de la abolición de la esclavitud. Se fue dibujando así el mapa del +- en el cual las posiciones se definieron principalmente por la coloración de la piel, situando a las personas negras en las posiciones dominadas o subordinadas y, viceversa, a las personas blancas, en las posiciones dominantes. 

Esta definición de las posiciones es lo que llamamos los “derechos/deberes” de las posiciones: qué puedo/a qué estoy obligado… Y son estas definiciones de las posiciones así como la forma de relación entre ellas, las que alimentan en paralelo la acumulación desigual de capitales (de todos los tipos) y su consiguiente apropiación desigual de recursos sociales: empleos vedados, zonas de las ciudades no accesibles para personas negras, centros educativos no permitidos, el acceso a la salud, la participación política… Como casos particulares, los conocidos asientos para personas negras y para personas blancas en los autobuses. 

Tomamos como fuente del relato que viene a continuación una página de Unicef titulada Rosa Parks: Un asiento reservado a los derechos humanos”.

En este campo de fuerzas, “el 1 de diciembre de 1955, en Montgomery (Estado de Alabama, EE.UU.) volvía Rosa Parks de su trabajo como costurera de unos grandes almacenes. Al subir al autobús tomó asiento en la parte trasera, en los lugares permitidos para ciudadanos considerados de color”. Se refleja en este hecho la definición de las posiciones, en este caso por el color de la piel y su situación en el +- y un modo de relación entre las posiciones. 

“A medida que el autobús recorría su ruta, comenzaron a faltar asientos y viajaban personas de pie. Fue entonces cuando el conductor paró el autobús para pedir a tres mujeres negras que se levantaran”. Vuelven a aparecer las definiciones de las posiciones: sus “derechos y deberes”: qué pueden y a qué están obligadas: en este caso las personas negras están obligadas también a ceder sus asientos a las personas blancas que vayan de pie. 

“Rosa Parks se negó a hacerlo, y no lo hizo ni cuando el conductor amenazó con denunciarla”. (Comienza aquí a manifestarse el campo de luchas). “Finalmente Rosa Parks fue arrestada, enjuiciada y condenada por transgredir el ordenamiento municipal. Rosa Parks pertenecía a una asociación a favor de los derechos civiles de los afroamericanos. Sus compañeros comenzaron una protesta poco después de que fuera arrestada. El mensaje radiofónico anunciando la protesta decía: 

“Estamos pidiendo a todos los negros que no suban a los autobuses el lunes, en protesta por el arresto y el juicio. Puedes faltar a clase un día. Si trabajas, coge un taxi o camina. Pero por favor: que ni los niños ni los mayores cojan ningún autobús el lunes. Por favor, permaneced fuera de los autobuses el lunes.”

Aparecen así revelados los capitales que los agentes utilizan en sus estrategias: en el caso de las posiciones dominantes, las personas blancas, intentan utilizar el habitus para reclamar un comportamiento por parte de las personas negras. Al ver que no resulta, utilizan otros capitales o privilegios, como es el manejo de las instituciones en la aplicación de la ley discriminatoria. Pero el conflicto trasciende la situación concreta: Rosa Park, que con su acción ha cuestionado el habitus, comienza a  movilizar un capital social (su pertenencia a la asociación a favor de los derechos civiles) y esa movilización del capital social multiplica la fuerza de su acción. Es el campo de luchas manifestándose y alterando la estabilidad del campo de fuerzas. Hay un cuestionamiento del habitus, como decíamos: “Rosa Park dijo tiempo después que no se levantó “porque estaba cansada”, pero no se refería a cansancio físico: como muchas otras personas en su situación estaba cansada de ser tratada como una ciudadana de segunda”. Claramente en esta expresión está revelando la ruptura de la violencia simbólica con que se incorpora el habitus: el mundo que nos rodea, la lógica del campo social se cuestiona, se rompe su naturalización. 

Resulta interesante señalar que inicialmente la reclamación de la protesta no era que se dejara de diferenciar entre negros y blancos, sino que la línea divisoria entre las dos secciones del autobús sea fija y que las personas negras no tuvieran que ceder sus asientos.

Pero al no obtener respuesta, “la protesta del “lunes” continuó y duró más de un año: durante 381 días, la población negra de la ciudad de Montgomery se negó a subir a ningún autobús. El boicot a la compañía de transportes implicó a unas 42.000 personas, que suponían el 70% de los usuarios de los autobuses”. La movilización del capital social y el cuestionamiento y cambio en el capital cultural incorporado, el habitus, comienza a afectar el capital económico de las posiciones privilegiadas. 

Las autoridades creyeron que, siendo ciudadanos pobres con grandes familias que tenían que desplazarse grandes distancias para ir a trabajar, la protesta no duraría mucho. Pero los ciudadanos se unieron masivamente a la protesta pacífica y encontraron alternativas de transporte: taxis, camionetas, coches particulares compartidos, bicicletas, o simplemente, andar varios kilómetros todos los días. El boicot fue un éxito: los taxistas negros ofrecían viajes por el mismo precio que el autobús, la gente utilizaba bicicletas y compartía transportes”. 

Nuevamente vemos como el efecto del capital cultural y del capital social, en forma de movilización y de solidaridad, tiene también una incidencia en el capital económico: en este caso permitiendo que las familias pudieran afrontar el traslado a sus trabajos y escuelas sin tener que gastar más dinero del que les suponía el uso de los autobuses. 

Pero como es un campo de luchas, desde las posiciones privilegiadas, las de las personas blancas, se producen acciones de reacción. Como señala el relato de la página de Unicef: “Las dimensiones (de las protestas) fueron tales que la oposición blanca comenzó a buscar cabezas de turco, el sistema de transporte público empezó a perder pie y ardieron casas de los instigadores del boicot e iglesias Bautistas negras”.

Y como resultado de estas luchas, la ley cambió: “en noviembre de 1956, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declaraba inconstitucional la segregación racial en los autobuses. La orden del Tribunal Supremo llegó a Montgomery el 20 de diciembre. El 21, la población que había sido segregada volvió a subir a los autobuses, solo que ahora podían sentarse donde quisieran”. Vemos entonces cómo el campo de fuerza se renueva con ganancias para unas posiciones y pérdidas de privilegios o de porciones de recursos sociales para otras. 

Pero las luchas del campo no se detienen y continuarán su curso en nuevos episodios emergentes como la marcha sobre Washington por los derechos civiles de 1963 con el famoso discurso “I have a dream” de Martin Luther King.

A partir del texto de Pierre Bourdieu, “La Lógica de los Campos” hacemos una lectura teórica, pero también práctica para utilizar esta teoría en el análisis de situaciones sociales.

(Este post lo hemos convertido en un vídeo, donde de manera visual exponemos nuestra propuesta de análisis:

De entrada decimos que cualquier situación social se conforma como un espacio que, siguiendo a B, tiene carácter de campo.

Esto quiere decir que en cualquier situación social podremos observar a sus actores e identificar las posiciones que ocupan.

Más aún, si profundizamos en esta observación, podemos observar la manera como se relacionan estas posiciones: recordamos que Bourdieu dice que lo real es relacional, lo que observamos son relaciones objetivas (sin que esto quiera decir que debamos descartar interesarnos por los aspectos subjetivos, como veremos en otro momento).

Esta observación de las relaciones entre las posiciones nos da información de si estas son de alguna de las 3 o 4 formas previstas por el autor: dominación, subordinación, homología, etc., dice, y este etcétera nosotros lo concretamos en la no relación entre posiciones.

También la observación de la situación y de las posiciones nos da información de lo que está en juego en ese espacio campo y de la situación de los actores (sus posiciones) en relación a una distribución desigual de capitales: el mapa del + y el -, que nos sugiere Bourdieu.

También nos da información de cómo utilizan estos capitales para alcanzar situaciones ventajosas en ese juego.

Todo esto lo sintetiza Bourdieu en su propuesta de análisis del espacio/campo:

  • “En primer lugar, se debe analizar la posición del campo en relación al campo del poder donde ocupa una posición dominada. (O, en un lenguaje mucho menos adecuado: los artistas y los escritores, o más generalmente los intelectuales, son una «fracción dominada de la clase dominante»).
  • En segundo lugar, se debe establecer la estructura objetiva de las relaciones entre las posiciones ocupadas por los agentes o las instituciones que están en competencia en ese campo.
  • En tercer lugar, se deben analizar los habitus de los agentes, los diferentes sistemas de disposiciones que han adquirido a través de la interiorización de un tipo determinado de condiciones sociales y económicas y que encuentran en una trayectoria definida en el interior del campo considerado, una ocasión más o menos favorable de actualizarse”.

Os propongo un pequeño ejercicio de aplicación de este esquema de análisis.  Es un ejercicio restringido porque se basa en una fotografía y en nuestras interpretaciones, pero como tal ejercicio nos da pistas para establecer análisis más completos con situaciones observadas directamente.

Observemos un momento la fotografía titulada El piropo (València, años ’40)‏ de Francesc Català-Roca.

La situación que analizamos es la del hombre que al pasar “piropea” a las dos mujeres.

La situación está enmarcada en la vía pública, en un paseo y coincide con la presencia de otros actores que no intervienen en la situación:

  • tres religiosos y un policía que están departiendo y a los que la situación no les llama la atención, al igual que a otros paseantes.

De alguna manera, la fotografía nos muestra en esta coincidencia de actores lo que Bourdieu señala como la relación del campo con el campo del poder:

  • la situación concreta en que nos hemos focalizado es un pequeño espacio/campo, que está enmarcado en otros campos de poder: por ejemplo, el del poder del Estado (cuyo agente más próximo es el Policía) o el campo religioso (cuyos agentes son los sacerdotes).

Tanto el hecho de que el hombre se atreva a llevar a cabo su acción casi delante de los agentes del campo del poder, como que pase para estos desapercibida o no le presten importancia, señala el encaje del pequeño campo con el campo del poder.

Si analizamos el segundo punto que nos propone Bourdieu, el de las posiciones y sus relaciones, observamos que la posición del hombre es de dominación con respecto a la posición de las mujeres (difícilmente Català-Roca podría haber hecho una fotografía con las posiciones invertidas: una mujer acosando a dos hombres) y las mujeres desde su posición asumen con molestia esta acción del hombre, por tanto subordinación.

En esta parte del análisis podríamos utilizar la propuesta de Bourdieu de analizar esta forma de relación como el resultado de una distribución de las posiciones (hombre y mujer) entre el (+) y el (-) en cuanto a las cuantías de capitales que han conseguido apropiarse y que utilizan para hacer que la distribución de los recursos sociales existentes en el campo sea favorable a sus intereses. Por ejemplo, en esta situación concreta que analizamos en la fotografía, pasear sin ser molestado o poder establecer relaciones dominantes o discriminatorias con otros actores sin ser reprochado o sin que ni siquiera se consideren dominantes ni discriminatorias.

También sería interesante introducir en esta parte del análisis la idea de “toma de posición”, que nos plantea Bourdieu en su texto: las tomas de posición son las prácticas y expresiones concretas de los actores. Es lo que explicar la variabilidad de acciones entre posiciones similares. En este caso, no todos los hombres piropean a las mujeres y para explicar esta variabilidad necesitaríamos recurrir tanto a este concepto de toma de posición y al concepto de habitus que veremos inmediatamente.

En tercer lugar, el análisis del espacio campo se refiere a  los habitus de los agentes, y su posibilidad más o menos favorable de actualizarse: recordamos que para Bourdieu los habitus son esquemas de pensar, sentir y actuar generadores de prácticas concretas.  Esas prácticas se generan a través de relaciones entre posiciones concretas y en el marco de espacios campo concretos.

En el caso que analizamos, las acciones concretas de los actores y sus posiciones (hombre/mujer) están siendo generadas por un habitus, unos esquemas que han sido incorporados a través de prácticas anteriores, y que están en consonancia con los espacios campos en que se produjeron estas incorporaciones. La mención de Pierre Bourdieu de la dominación masculina como ejemplo de violencia simbólica está apuntando al habitus que está generando estas acciones y estas prácticas que observamos en esta situación concreta.

La teoría del habitus la desarrollaremos con mayor profundidad en las próximas sesiones del curso.

1. El futuro es una “nueva normalidad”

Han pasado muchas cosas en estos meses que posiblemente habrán cambiado nuestras vidas para siempre. Ha sido un tiempo de reflexión, de cuestionamientos y de aprendizajes. Pero también ha sido un tiempo de despedidas, de personas queridas que nos han dejado. Roberto Bergalli es una de estas personas: amigo, maestro, referente y estímulo del pensamiento y de las ideas. En situaciones como las que estamos viviendo nos gustaría tener a nuestro lado a una persona como él, con su agudeza y su certero análisis, su mano tendida al diálogo y al debate del cual en ocasiones las cosas quedan más claras.

En un paseo de estos días de post confinamiento me sorprende un cartel, que es más que un grito pegado en la pared. Mi mirada inicial se fijó en la frase central: “el futuro ya no es lo que era antes”. El cartel, la frase y el contexto me sugieren reflexiones que bien hubieran sido un motivo de conversación con Bergalli. Me extiendo en estas reflexiones, las intento (re)construir como si fueran una conversación bergalliana, que se iniciaba en un punto y que como si fuera una navegación, iba desarrollándose libremente, recalando en diferentes temas como si fueran puertos o escalas de una singladura, añadiendo capas de comentarios coloquiales y de incursiones en explicaciones teóricas o elaboraciones más intelectuales.

“El futuro ya no es lo que era antes” (Imagen: Julio Zino )

Sitúo la frase en el contexto de la pandemia y del confinamiento. El futuro al que alude el cartel es esta sucesión de acontecimientos que nos van acercando más y más los efectos de lo que primeramente fue una epidemia y que de manera inmediata se hizo presente en todos los rincones del planeta y se constituyó en el fenómeno global por antonomasia. Globalidad y totalidad (en el sentido que Mauss daba al “hecho social total”[1]) son sus características más destacadas: no hay lugar del planeta donde la COVID-19 no tenga incidencia ni hay ámbito social que no haya resultado afectado.

El 8 de marzo de 2020 es una fecha destacada por varias razones: porque es el momento en que se va a producir en toda España movilizaciones por el Día de la Mujer y porque en el futuro, en el tiempo que vendrá a continuación, será uno de los acontecimientos utilizados para la politización de la pandemia y el desgaste político. En segundo lugar, y desde un punto de vista más subjetivo, porque el futuro que vislumbrábamos desde este día, no es el que nos íbamos a encontrar una semana después: mirábamos a Italia, que comenzaba a entrar en una cuarentena que fue afectando a todo el país, con el aumento de casos y muertes descontroladas, como un fenómeno lejano que no nos iba a tocar. Ese no era el futuro que esperábamos, no lo era para nadie.

Una semana después, el domingo 15 de marzo se declara el Estado de Alarma en toda España, un estatus previsto en la Constitución que permitía entre otras cosas el confinamiento de la población, inicialmente durante 15 días. Mirando retrospectivamente desde ese día concreto se nos confirmaba la idea que este presente en que nos encontrábamos distaba mucho de lo que habíamos podido imaginar una semana atrás. Pero también, el futuro que teníamos por delante sería muy diferente al que podíamos prever en ese momento. De entrada, el estado de alarma se extendió mucho más allá de los 15 días iniciales -concretamente 100 días- y finalizó el 21 de junio de 2020.

El día a día del transcurso del confinamiento nos enfrentó a un fenómeno tan novedoso que ha hecho necesario apelar a las metáforas o comparaciones para ser comprendido: la guerra, la cárcel, el enemigo invisible, por ejemplo. No teníamos colectivamente experiencia de enfrentar una situación similar ni tampoco teníamos experiencia de lo que significaba vivir confinados[2]. Vivimos un duro presente que se nos presentaba día a día y que evocaba un futuro que era un albur. Pero más allá de su novedad, la pandemia revela una realidad que se venía gestando previamente a su eclosión, que es la dificultad de comprender el mundo en que vivimos con los paradigmas que contamos: “los seres humanos nos vemos obligados a pensar de otra manera el mundo cuando estábamos acostumbrados a concebirlo de un modo que ya no nos lo hace inteligible. Tenemos dificultades a la hora de enfrentarnos a este tipo de riesgos y ajustar nuestro comportamiento. Pensamos en términos de riesgo individual y se trata de riesgo colectivo; tendemos a pensar causalmente y no probabilísticamente; de un modo lineal cuando los acontecimientos de este estilo discurren de una manera no lineal” (Innerarity, 2020, p. 41). 

Y esta incertidumbre crea una disposición a la búsqueda de respuestas, de certezas, verdades firmes y las respuestas aparecen, se ofrecen y lo hacen a través de voces que se definen como expertas, algunas visionarias, que desde diferentes ámbitos y disciplinas pretenden explicar el fenómeno, prever sus efectos, sus consecuencias y hasta proponer soluciones[3].

En los medios de comunicación la pandemia es el tema estrella y son el lugar para la transmisión y de divulgación de ideas y opiniones que auguran el futuro que se avecina. Por tomar un ejemplo, el diario El País el domingo 3 de mayo publica un suplemento titulado “El futuro después del coronavirus”[4]. Aún no se había superado el primer confinamiento y ya nos estábamos proyectando en el mundo que creíamos que vendría. Es una tónica de estos tiempos: el intentar dibujar el futuro, predecirlo, hacer afirmaciones que al poco de formularlas se demuestran sin ningún tipo de validez. La publicación se presenta de esta manera: “Un virus ha hecho temblar el planeta. Ha confinado a la humanidad, segado más de 230.000 vidas y cambiado la forma en que vamos a vivir. ¿Cómo será el mundo que nos espera a la salida de esta crisis? ¿Qué rumbo debemos tomar? 75 expertos y pensadores ofrecen su visión de las claves de la nueva era”.  Los textos están escritos en el momento central del primer confinamiento. El espíritu optimista del “tutto andrà bene”, importado de Italia y transformado en “todo irá bien” o “ens en sortirem” nos invade y se trasluce en las aportaciones de los “75 expertos y pensadores”[5]. Y al tratarse de un medio de comunicación accesible, puede servir de respuesta a la incertidumbre que siente la población.

Pero los futuros después de la publicación del suplemento se van sucediendo. Mientras acabo de escribir este texto (primeros días del mes de agosto), se estima que han en el mundo muerto por COVID-19 más de 700.000 personas: casi tres veces más que las que se refería en la introducción del suplemento “El futuro después del coronavirus”. Los grados de confinamiento han ido variando y después de una desescalada hemos entrado en lo que desde el ámbito gubernamental se ha denominado la “nueva normalidad”.

Pero hay otras miradas que señalan a otros condicionantes de este futuro, las estructuras en que se enmarca y que se van concretando nuestro día a día. Sobre ellas reflexionan estos días autores, como Slavoj Žižek en Pandemia (2020). Allí advierte también sobre el futuro, sobre cómo serán nuestras vidas cuando la pandemia pase, vinculando ese futuro a un cuestionamiento del sistema en que vivimos: “No habrá ningún regreso a la normalidad, la nueva «normalidad» tendrá que construirse sobre las ruinas de nuestras antiguas vidas, o nos encontraremos en una nueva barbarie cuyos signos ya se pueden distinguir. No será suficiente considerar la epidemia un accidente desafortunado, librarnos de sus consecuencias y regresar al modo en que hacíamos las cosas antes, realizando quizá algunos ajustes a nuestro sistema de salud pública. Tendremos que plantear la siguiente pregunta: ¿qué ha fallado en nuestro sistema para que la catástrofe nos haya cogido completamente desprevenidos a pesar de las advertencias de los científicos?” (Žižek, 2020, p. 12). Y ese cuestionamiento lleva a su visión del futuro como la de un “comunismo”: “no como un sueño inconcreto, sino simplemente como el nombre de lo que ya está sucediendo (o al menos lo que muchos perciben como una necesidad): medidas que ya se están contemplando, e incluso haciendo entrar en vigor parcialmente. No es la visión de un futuro luminoso, sino más bien un «comunismo del desastre» como antídoto al capitalismo del desastre»” (Žižek, 2020, p. 108).

Las realidades que se crean en distintos contextos con la pandemia y el futuro son también temas a los que responde Byung-Chul Han. Sus ideas, además de en sus libros, las ha ido difundiendo a través de artículos que publican los medios de comunicación. En “La emergencia viral y el mundo de mañana” (2020), Han expone el contraste entre el modo como Asia y Europa están controlando la pandemia. En esta comparación observa que Asia está consiguiendo controlar los contagios y en cambio “Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía”.

Para Han la razón de estas diferencias está en las mentalidades, en el factor cultural que subyace los modelos de dominación de las sociedades de ambos continentes: “En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa”.

Y este triunfo de la mentalidad autoritaria que augura Han le enfrenta a Žižek y su previsión del futuro: “Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino”.

El debate pone en evidencia esta aspiración de predecir el futuro, de encontrar una respuesta a lo que vendrá. Pero si una cosa nos ha mostrado la pandemia con su aceleración es que condiciona tanto nuestra existencia que todas las previsiones se ven cuestionadas al poco tiempo de formularse. El futuro ya no es lo que era, porque este es un tiempo de cuestionamientos de las realidades en las que vivimos pero también, como antes señalábamos, de los enfoques, las visiones, los paradigmas con que las interpretamos. Al decir de Boaventura de Sousa Santos (La cruel pedagogía, 2020, p. 12): “la pandemia otorga una libertad caótica a la realidad y cualquier intento de aprehenderla analíticamente está condenado al fracaso, ya que la realidad siempre va por delante de lo que pensamos o sentimos sobre ella. Teorizar o escribir sobre ella es poner nuestras categorías y nuestro lenguaje al borde del abismo”.

Pero también cuestiona el modo como los intelectuales están escribiendo sobre el fenómeno y sus efectos: “Al igual que con los políticos, los intelectuales, en general, también dejaron de mediar entre las ideologías y las necesidades y las aspiraciones de los ciudadanos comunes. Median entre ellos, entre sus pequeñas y grandes diferencias ideológicas. Escriben sobre el mundo, pero no con el mundo. (…) Ante la crisis pandémica, les resulta difícil pensar en la excepción en tiempos excepcionales. El problema es que la práctica caótica y esquiva de los días va más allá de la teorización y debe ser entendida en términos de subteorización. En otras palabras, como si la claridad de la pandemia creara tanta transparencia que nos impidiera leer y mucho menos reescribir lo que estábamos registrando en la pantalla o en papel” (De Sousa Santos, 2020, p. 12). Y advierte sobre el riesgo de esta pérdida del lugar, la posición y el papel de los intelectuales: “los intelectuales deben aceptarse como intelectuales de retaguardia, deben estar atentos a las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos comunes y teorizar a partir de ellas. De lo contrario, los ciudadanos estarán indefensos ante los únicos que saben hablar su idioma y entienden sus preocupaciones. En muchos países, estos son pastores evangélicos conservadores o imanes islámicos radicales, apologistas de la dominación capitalista, colonial y patriarcal” (De Sousa Santos, 2020, p. 13). Con estas advertencias nos enfrentamos a la situación que vivimos. Y con ellas tenemos que reflexionar sobre nuestra forma de comprender esta compleja realidad, de explicarla, para poder enfrentarla y producir efectos en los espacios sociales, que mejoren las condiciones de vida de las personas. No es el futuro la meta analítica, es este complejo y cambiante presente en el cual permanecen siempre las desigualdades, los resultados de los juegos de poder, los intereses de control, la creación de nuevos sujetos de ese control.


[1] En un “hecho social total”, se “expresan a la vez y de golpe todo tipo de instituciones: las religiosas, jurídicas, morales -en éstas tanto las políticas como las familiares y económicas, las cuales adoptan formas especiales de producción y consumo, o mejor, de prestación y de distribución, y a las cuales hay que añadirlos fenómenos estéticos a que estos hechos dan lugar, así como los fenómenos morfológicos que estas instituciones producen” (Mauss, 1979, p.157).

[2] Estos días ha habido reiteradas alusiones a La peste, de Albert Camus, pero el carácter apocalíptico que se ha dado a la situación actual sólo ha encontrado parangón en obras de ciencia ficción literaria o cinematográfica. Visualizado el 17 de julio de 2020 en:  https://www.cronista.com/clase/trendy/Coronavirus-10-peliculas-sobre-pandemias-y-otros-apocalipsis-20200124-0002.html)

[3] Sorprende constatar la producción editorial en torno al tema que ha producido tanto en tan poco tiempo. Visualizado el 7 de agosto de 2020 en:  https://www.planetadelibros.com/seleccion-editorial/libros-sobre-pandemias-y-covid/207

[4] Visualizado el 12 de julio de 2020 en:  https://elpais.com/especiales/2020/coronavirus-covid-19/predicciones/

[5] Los autores se refieren, por ejemplo, a las relaciones de pareja (“se reducirán los conflictos y aumentará la satisfacción con el proyecto de pareja. También ayudará a la solución de los problemas de conciliación y facilitará la carrera laboral de las madres”); o también a las nuevas funcionalidades de la pareja convencional (“cabe esperar que la pareja adquiera un nuevo significado: refugio contra la angustia de la soledad radical, una fuente estable de sexualidad, una garantía de la salud”); o a las nuevas formas de vivir en la ciudad (“necesitaremos encontrar otras formas de densidad física que permitan a las personas comunicarse, ver a los vecinos y participar en la vida de la calle, aunque estén separadas temporalmente”); también a la sexualidad (“en la ‘nueva normalidad’ no vamos a tener menos sexo, sino que vamos a cambiarlo: a digitalizarlo”). En su gran mayoría las 75 aportaciones más que previsiones de futuro fundamentadas, son expresiones de deseos de las personas que los escriben. Pero todas ellas están formuladas como si fueran visiones o conclusiones alcanzadas siguiendo una lógica racional y de causalidad.

Hay un discurso que viene desde las izquierdas y las derechas (y de la extrema derecha) sobre el confinamiento y la restricción de derechos (humanos). Se ha llegado a hablar del “gran encierro”, recogiendo la idea arqueológica que Foucault utiliza para explicar la génesis de las instituciones especializadas en disciplinar (cárceles, manicomios…). En ese mismo sentido estos días he oído y me han hecho muchas veces la comparación del confinamiento con la cárcel. La comparación es fácil, y a la vez simple, una metáfora fallida, diría. Incomparable es la situación de las personas que estamos confinados con la de quienes están privados de libertad. Lo es desde todo punto de vista.

Hay de entrada un problema de análisis al focalizarse en una coyuntura muy dinámica: lo que escribo hoy sobre el confinamiento (este supuesto nuevo “gran encierro”) no tendrá mayor valor en un breve tiempo. Quizás mañana mismo carecerá absolutamente de valor: España se apresta a aprobar una última prórroga del estado de alarma, se estima que el próximo 21 de junio el confinamiento haya acabado en todo el Estado. Mientras tanto la situación de las personas privadas de libertad será muy similar (todo y los matices que veremos) aún cuando pase el confinamiento y si pasa la pandemia porque ellas están sometidos a ese régimen de vida en razón de una sentencia y no de una medida ejecutiva, política.

Pero hay también una segunda razón que hace difícil la comparación y que es la que señalaba como metáfora fallida. El confinamiento es una medida excepcional, basado en la aplicación de un estado de alarma, con duración limitada. No soy jurista, pero la crítica que se establece es porque restringe básicamente el derecho a la itinerancia y la realización de determinadas actividades que afectan de manera importante la economía de las personas: mucha gente que no puede trabajar o que sus empresas han cerrado y aplican ERTEs y les suspenden de empleo. Todo ello preocupante, claro está pero aún así no se ve clara la comparación con las prisiones. Los confinados aunque tengamos restringidos los movimientos, seguimos gozando de unos amplios márgenes de libertad: autonomía personal y capacidad de pensar y de actuar según nuestra propia voluntad y conciencia. Lo que se ha restringido estos días es una parte de ese actuar y poco a poco volvemos a recuperar mayores márgenes de actuación (incluso nos lo tomamos en forma de libre interpretación de las normas, como se puede ver estos días en las calles, los parques, las plazas y las playas de esta ciudad). Aquí vuelvo a la idea de mi post inicial de esta serie: la pandemia y las medidas que se han tomado para su control nos ha devuelto a la idea que «yo soy con todos» o «yo soy porque nosotros somos». El confinamiento restringe la individualidad (que en ocasiones no es más que individualismo exacerbado) en pro de lo común, lo colectivo. No es (sólo) que yo corra el riesgo de contagiarme sino que yo (y las actividades que induzco) puedo ser potencialmente contagioso para otros.

Pero vuelvo a la cárcel.

Se sabe poco de la vida de las prisiones: hay un imaginario que viene y va, inspirado o construido sobre imágenes reales o virtuales que transmiten los medios, entre ellos el cine o, más actualmente, las series. Hay también una tendencia a uniformizar esta compleja realidad: una suerte de igualación de las cárceles, como si fuera una categoría global y universal, algo así como “lo que digo para unas vale para todas”.

Las cárceles me son cercanas, mi trabajo se dedica a ellas. Aún así, sólo tengo una visión particular -en el sentido de propia, personal o limitada- de las prisiones. Si hablo con mis compañeras y compañeros de las prisiones, me dan otras visiones de lo que allí se vive o se está viviendo. Y cuando las visitaba (y espero poder volver a hacerlo pronto), mi visión se ensanchaba, por lo que podía captar de primera mano y por estas visiones corales que a través de las personas con las que trato se me transmiten: directivos, profesionales, internas e internos. Y aún así considero que tengo una visión parcial seguramente discrepante con la que tienen otras personas.

Estos días de la crisis por la COVID-19, el temor a que hiciera su entrada en las prisiones, hizo que se extremaran las medidas de control. Viví todo este proceso desde mi confinamiento, teletrabajando, a través de las reuniones con el equipo en que trabajo o también, a través de lo que me han ido contando las personas que trabajan en las prisiones. También a través de los comunicados oficiales, en los mensajes que recibo de los sindicatos, o de algún tuit (tweet) que se refería a alguna protesta sobre las medidas que se tomaban o que no se tomaban en las prisiones. No pretendo entrar en detalles, pero sólo a efectos de contextualizar este post, los responsables de prisiones impulsaron medidas para prevenir la entrada del virus y proteger a la comunidad que conforma cada prisión. Medidas entre las cuales destacan la restricción de las actividades grupales, la limitación del acceso de una parte importante de las entidades colaboradoras y de voluntariado y de las personas que dan asistencia religiosa a las personas privadas de libertad.

También se tomaron otras medidas dirigidas a disminuir el número de personas en prisión: aplicando regímenes de vida previstos en la legislación, ha sido posible que un importante número de personas pudieran continuar cumpliendo sus condenas en sus domicilios o en recursos residenciales externos (el movimiento es destacable: un 9% menos de internos en el interior de las prisiones y la práctica totalidad de los internos en régimen abierto pasan a residir temporalmente en sus domicilios, unos 1700 internos).

(En este tiempo de dudas sobre el confinamiento y sobre el contacto social, creo que el resultado al menos hasta el momento actual, en las prisiones, están demostrando la efectividad preventiva de las medidas: según la nota de prensa publicada el 22 de mayo de 2020, en una población de unos 9000 internos, desde el inicio de la emergencia “62 interns han donat positiu per coronavirus. N’hi ha 60 de donats d’alta. Els casos actius estan aïllats als seus domicilis, on romanen en tercer grau amb mesures de control telemàtic, en aplicació de l’article 86.4 del Reglament penitenciari. També s’han confirmat 114 contagis entre els funcionaris, 81 dels quals continuen actius”).

Pero una medida concreta tuvo un importante impacto en la vida de los internos que permanecían en el interior de las prisiones: la suspensión de las visitas familiares, tanto las comunicaciones orales (se suspendieron el fin de semana del 20.03.20) como las íntimas y familiares, los llamados vis-a-vis (se suspendieron a partir del 13.03.20). (Las comunicaciones se fueron restableciendo a partir del 18 de mayo). Decimos que tuvo un impacto importante en dos sentidos. Por una aparte por la restricción que suponía de un derecho. Por otra, por la manera como reaccionó la administración penitenciaria para paliar ese derecho restringido, con la ampliación de las posibilidades de comunicación por vías ya previstas (aumento de las comunicación telefónica al doble de tiempo: de 10 llamadas mensuales de 8 minutos cada una se pasa a 20 llamadas mensuales de igual duración) y con la introducción de nuevas formas de comunicación como son las videoconferencias.

Me interesa detenerme sobre las videoconferencias, sobre la manera como se organizó la respuesta y sobre los efectos que está provocando en la institución.

Internos de la prisión de Quatre Camins en videoconferencia

Internos de la prisión de Quatre Camins en videoconferencia (fotografía: Departament de Justícia)

La respuesta requería un tempo de ejecución que no podía entretenerse demasiado en debatir sobre procedimientos o herramientas: las personas que estaban en las prisiones y sus familias estaban sin verse y la medida tendría que extenderse por un tiempo todavía indeterminado.

Verse o no verse, un detalle que nos lleva a reflexionar sobre el efecto de la imagen en la comunicación humana: somos capaces de transmitirnos y recibir informaciones, sentimientos, emociones por diferentes vías. Estos días estamos experimentando formas de comunicar que incluyen además de la voz, la imagen personal de los comunicantes. Las formas de videoconferencias se han ido implantando y en un contexto de confinamiento o cuarentenas globales se experimenta con ellas y se practican de tan diversos modos (familiar, amistad, laboral, profesional, académico, educativo, participativo…), que rápidamente se consolidan como una forma “normal” de comunicarse. Es el mundo del futuro, imaginado por Asimov, en Bóvedas de Acero (1954): en un planeta lejano los colonizadores tenían sus fincas separadas unas de otras por miles de kilómetros y sin embargo, a través de artilugios tecnológicos todos los días cenaban juntos, virtualmente, cada uno en su propia casa.

El mismo fin de semana de la suspensión de las comunicaciones orales (20.03.2020) comenzamos a trabajar en la respuesta, con las premisas que el sistema que deberíamos utilizar tenía que ser adecuado a los recursos técnicos disponibles, que tuviera un mínimo costo y que fuera de fácil acceso para los familiares. La primera propuesta fue que se habilitaran en cada prisión un cierto número de teléfonos móviles y que las comunicaciones se realizaran a través de Whatsapp. Esta solución fue rechazada inicialmente (el tabú de los móviles en prisión!) así que continuamos elaborando una respuesta focalizada en los elementos con que contábamos: los Punts Omnia, los equipamientos que en las prisiones permiten que los internos puedan acceder a Internet y la presencia de las compañeras y los compañeros que están vinculados a esos equipamientos.

Iniciamos un ensayo en el Punt Omnia de la prisión de Quatre Camins. Utilizamos Jitsi, la plataforma opensource que nos resultó convincente tanto por su filosofía, pero sobre todo por las posibilidades de accesibilidad que nos ofrecía tanto para las prisiones como para que los familiares pudieran conectarse. Nosotros estábamos en teletrabajo y no podíamos desplazarnos a las prisiones, pero trabajando codo con codo con las compañeras y los compañeros que estaban en las prisiones y con el equipo que nos da apoyo técnico se fue consiguiendo poner todo a punto: en menos de 48 horas ya había internos comunicando con sus familiares y el procedimiento se normalizó rápidamente. (Insisto en la idea que ya comenté en un anterior post, el teletrabajo es posible por esta división social del trabajo, porque hay personas que continúan trabajando de manera presencial). Fuimos repitiendo la instalación en cada uno de los 9 Punts Omnia de los centros penitenciarios y en menos de una semana todos los centros estuvieran en condiciones de comenzar a utilizar el servicio de videoconferencias por ordenador. Establecimos unas bases para operar y a partir de ellas cada prisión elaboró un documento para organizar las videoconferencias. Paralelamente diseñamos materiales informativos para facilitar la conexión a los familiares y lo difundimos a los centros. A su vez, en las prisiones los materiales informativos fueron adaptados a sus necesidades y enriquecidos en algunos casos con videotutoriales y pósteres informativos.

En paralelo, la administración decidió reforzar esta solución de videoconferencias a través de ordenadores con la introducción de teléfonos móviles en las prisiones, que controlados por profesionales, permitirían ampliar las posibilidades de las comunicaciones utilizando videollamadas de WhatsApp.

Los efectos de estas medidas han sido y son importantes. Cuantitativamente, durante los dos meses que transcurrieron desde el inicio de su aplicación hasta la fecha se han realizado unas 30.000 comunicaciones a través de videoconferencias, en cualquiera de sus modalidades. Pero más allá de este dato, cabe valorar otros aspectos que la introducción de las videoconferencias han supuesto para las prisiones.

Dice el tópico que toda crisis es una oportunidad. En el caso de las videoconferencias revela cómo se remueven ciertas inercias institucionales que ponen obstáculos a la innovación y cómo se disparan ciertas dinámicas que muestran cómo las nuevas respuestas a los problemas (en este caso las videoconferencias) se integran en la vida institucional y comienzan a consolidar un funcionamiento de las prisiones diferente al que había al comenzar la crisis. Anoto estas inercias y estas dinámicas en forma de relación para su mejor apreciación:

  • rapidez de la respuesta: en menos de una semana fue posible establecer un sistema de videoconferencias para que los internos y sus familias pudieran comunicarse, viéndose. Un sistema que venía augurándose desde hacía años y no se terminaba de concretar
  • importancia de los recursos previos y del compromiso profesional: la rapidez en organizar la respuesta se explica por la existencia previa de recursos (Punts Omnia, ordenadores adecuados, líneas de fibra óptica para uso de internos) y por la presencia en los centros de profesionales con capacidad y con compromiso para involucrarse en la organización de la respuesta. Esto vale también para la solución de las videollamadas a través de los teléfonos móviles
  • gratuidad de las comunicaciones: las telecomunicaciones de todo tipo dejan de tener costo para los internos y las internas
  • se cuestionan tabúes y prenociones: en el mismo período de tiempo los teléfonos móviles y las tablets entraron en las prisiones y los internos pudieron hacer uso de ellos para comunicarse, algo impensable al comienzo de la crisis (días pasados nos contaban desde Argentina que la solución en su caso fue más drástica aún: permitir a los presos tener sus propios teléfonos móviles)
  • realidades reveladas: el uso de las videoconferencias para la comunicación familiar deja en evidencia que desde antes de la crisis, muchas internas e internos no podían comunicar presencialmente con sus familias (principalmente por ser extranjeros y residir sus familiares en sus países) y que llevaban mucho tiempo sin verse mutuamente
  • adaptabilidad institucional: la crisis genera otras necesidades y las videoconferencias comienzan a ser usadas también como respuesta en esos casos: comunicación con recursos y profesionales externos, tutorías online, reuniones con profesionales e internos, talleres y webinars, por ejemplo
  • integración: las videoconferencias se mantendrán pasada la crisis para las comunicaciones familiares y sus usos se extenderán a otros campos: inserción laboral, atención especializada con recursos y profesionales externos, talleres y clases magistrales con personas de la comunidad, grupos de trabajo intercentros y con personas externas…

El mundo cambió con la crisis de la COVID-19. Cada lugar es un mundo. Nuestro mundo de cambios comienza el 13 de marzo de 2020. Nada es igual a como eran las cosas entonces y nosotros tampoco somos iguales. Las cárceles también cambian. Siguen siendo sitios de reclusión, pero estos días han mostrado cómo se pueden orquestar soluciones innovadoras e imaginativas: me refiero a todas las medidas que se han tomado para prevenir el contagio de la COVID-19, me refiero también a que muchas de estas soluciones han supuesto traspasar barreras, superar tabúes, prenociones (como un velo que se interpone entre las cosas y nosotros, y que las enmascara con tanta mayor eficacia cuanto más acentuada la transparencia que se le atribuye” Durkheim, Las reglas del Método sociológico): notablemente, la excarcelación de personas es de las cosas imprevistas a las que hemos asistido. Nada está escrito, menos el futuro y por eso ante esta pandemia y sus efectos debemos despojarnos de las prenociones para intentar entenderla, observarla en sus hechos concretos y en sus evoluciones, sin anticiparnos. Al decir de Boaventura de Souza Santos (La cruel pedagogía del virus): “la pandemia otorga una libertad caótica a la realidad y cualquier intento de aprehenderla analíticamente está condenado al fracaso, ya que la realidad siempre va por delante de lo que pensamos o sentimos sobre ella. Teorizar o escribir sobre ella es poner nuestras categorías y nuestro lenguaje al borde del abismo”.

El pasado martes 12 de mayo a las 19 horas de Brasilia (medianoche en Barcelona) participamos por videoconferencia en un “Ato em homenagem a Roberto Bergalli: controle penal na pandemia”, organizado por Uniceub (Centro Universitário de Brasília). Tenía formato de coloquio que coordinaban Bruno Amaral Machado (UniCEUB), Cristina Zackseski (UnB) e Antonio Suxberger (UniCEUB) y estábamos invitados Iñaki Anitua (UBA), Marcela Haedo (Chile) y yo. Participaban alumnos de los coordinadores, hasta un total de 140.

Imagen

Fue un reencuentro muy emotivo de amigas y amigos que además tuvimos con Roberto Bergalli nuestras historias particulares y comunes. En la primera parte con Iñaki trazamos semblanzas de Roberto, personales, académicas e intelectuales e intentamos dibujar luego con la participación de todas y todos los integrantes del panel, su aporte a la Criminología -o mejor dicho a la Sociología Jurídico-Penal, como gustaría a él que se dijera-. Finalizamos el encuentro reflexionando sobre el actual contexto de la crisis por el COVID-19, intentando con una visión “bergalliana” destacar cómo afectaba y hacía que se expresaran tanto el control social como el control penal. Y como el encuentro reunía a cuatro países (Brasil, Argentina, Chile y España) pudimos ir exponiendo nuestro conocimiento de nuestras realidades particulares y construir conjuntamente un panorama comparativo muy enriquecedor para todos quienes participamos.

Son las ventajas de las videoconferencias, que han hecho eclosión con la crisis y de las que cada día descubrimos más sus virtudes y sus positivas aportaciones. En este caso haber podido estar juntos para recordar a un maestro y a un amigo, Roberto Bergalli Russo, y para pensar, al influjo de sus enseñanzas, sobre la realidad compleja y dinámica que nos envuelve, que desafía todos los tópicos y los esquemas preconcebidos con lo que se pretendan hacer vaticinios sobre su evolución y sus efectos.

Dejo a continuación un texto que redacté a partir de las notas de mis palabras de homenaje a Roberto Bergalli en el acto.


Roberto Bergalli era para mí un referente desde antes de conocerlo: conocí primero al personaje que a la persona. En el año 1987 trabajaba yo de educador social en la cárcel Modelo de Barcelona y los presos redactaban una revista que se llamaba “Esa Modelo”. En el único número que se había publicado había un artículo escrito por Roberto especialmente para la revista: en el artículo decía que él había sido abogado y había defendido  a personas que estaban presas, había sido juez y había enviado gente a la prisión y había sido preso durante la dictadura Argentina y había sufrido también desde esa experiencia los efectos del Sistema Penal. Otros ecos sobre su figura me llegaban porque muchos de mis compañeros (funcionarios de vigilancia) habían estudiado en el Graduado de Criminología y habían sido alumnos suyos.

Yo había acabado de estudiar Antropología y pasé unos cuantos años decidiendo mi tesis doctoral y luego de decidida (la hice sobre un contexto de cambio que se producía en esos momentos en la propia prisión Modelo), otros tantos años realizando el trabajo de campo y posteriormente en el redactado del texto final. Como todo esto lo hacía compaginándolo con mi trabajo, pasé largos años alejado de la academia.

No conocí personalmente a Roberto Bergalli hasta 1995, poco antes de la defensa de mitesis doctoral. Roberto fue miembro del tribunal y fue, como era su estilo, agudo y crítico en sus observaciones. Recuerdo que formuló una pregunta sobre el concepto de institución que yo había utilizado, que quedó pendiente de responder y que él se encargó de recordarlo antes de finalizar el acto. (Años después, en 2006, en Contornos y pliegues del Pliegues del derecho. Homenaje a Roberto Bergalli, mi respuesta llegó en forma de artículo).

A partir de allí, comencé mis primeras experiencias docentes vinculado a Roberto Bergalli. En un primer momento en el Master Sistema Penal y Problemas Sociales, como ayudante -junto con Valeria Bergalli- de Oriol Romaní en su asignatura sobre drogas; casi de inmediato, en el graduado de Criminología, impartiendo Historia del Pensamiento Criminológico, junto a él y a Encarna Bodelón. Seguí posteriormente impartiendo una asignatura que Roberto me asignó en el Master: “Instituciones y Organizaciones del Sistema Penal: análisis metodológico” y Antropología (Criminal), en el Graduado.

Las experiencias docentes nos llevaron de su mano a México, Argentina y El Salvador y con ellas fuimos tejiendo entrañables vínculos y accedimos al conocimiento de otras realidades que nos enriquecieron infinitamente. Puedo decir entonces que si soy docente fue porque Roberto me condujo por esa senda. Continua llegint »

Hoy es Primero de Mayo, día de las trabajadoras y de los trabajadores. Estos días vuelve a contarse la historia del origen de esta celebración que tiene siempre un tono de reivindicación de derechos. Una de ellas, la lucha por las 8 horas. La historia conecta con la Barcelona de hace 100 años, la huelga de la Canadiense que fue un episodio de esta lucha (lucha de clases, dice Marx; campo de luchas, dice Bourdieu). Este es un Primero de Mayo diferente, confinados e inmersos en una crisis que ya se apunta (no sólo económica) y de la cual percibiremos sus efectos en cuanto nos vayamos desconfinando e intentando volver a nuestras actividades habituales. Es por ese motivo un día para pensar en la situación que estamos viviendo y en la que se avecina.

Estos días hablo con mucha gente, de todas partes, conversaciones globales con una temática global: todos estamos afectados por el COVID-19 y por los confinamientos o cuarentenas, en cada lugar con formas concretas y con soluciones diversas (gente de aquí, de Uruguay, Argentina, Francia, Chile, El Salvador, Bangkok, Sídney, Brasil, Suecia, Alemania, Copenhague, California, Italia, Suiza, Colombia, México, India…). Una comunicación que permite un cierto comparativismo, la posibilidad de pensar con las cabezas situadas en diferentes realidades, pensamientos que se estimulan en ese intercambio (cuando lo hay, que también me encuentro con silencios o diálogos truncados).

Una primera idea coincidente es que así como el virus afectó globalmente, la respuesta también tendrá que ser unísona. Si un país se queda fuera de este esquema de enfrentar el virus, el virus seguirá siendo un problema para todo el resto: yo soy porque nosotros somos, ya hablamos de esto.

La segunda idea que aparece es la del modelo económico y su vigencia en la salida de esta crisis: el virus no provocará la revolución, pero alterará profundamente la manera como el sistema económico se estaba realizando. Y aquí aparece de nuevo la idea del campo de fuerzas: las soluciones y las configuraciones resultantes no son casuales, sino producto del juego social y se tendrá que ver cómo se da ese juego social.

La tercera idea sobre la que hablamos es que la crisis del COVID y el confinamiento está provocando y provocará aún más un cambio en las prioridades, los valores, las maneras de pensar, los intereses… Distintas formas de concretar lo que podríamos llamar un cambio cultural o en el lenguaje de los clásicos, una redefinición de los hechos sociales, un cambio en los esquemas de percepción, apreciación y acción, de los habitus. Hay dudas, discrepancias si estos cambios serán estables, si serán profundos o si serán temporales y a la que podamos, volveremos a estar como antes. Pero vemos y comentamos experiencias o prácticas que ya están sucediendo.

En muchos casos hablo con personas que por su actividad o por su situación cuidan de otros y me conmueven sus historias, ese altruismo fruto del amor por los demás (nuestros particulares Ubuntus), que en algunos casos va disimulado detrás de la máscara de la profesionalidad. Como también me conmueve ver, en las pocas veces que salgo a comprar, a las personas que siguen trabajando, atendiendo sus paradas en el mercado, en las cajas de los comercios, en los diferentes servicios que siento pasar por mi barrio, desde los recolectores de las basuras, los repartidores de butano que van haciendo sonar sus bombonas, los carteros, las farmacéuticas… Pienso también en mis compañeras y mis compañeros de prisiones, en el personal sanitario, tantas veces homenajeados estos días (a todas ellas dediqué un vídeo la semana pasada). Más allá de mi mirada, leo un artículo conmovedor que recoge historias entrañables, “Invisibles, pero esenciales: los trabajadores que no reciben aplausos“, desde Córdoba, Argentina: habla de “conserjes, cajeros, cadetes, asistentes, limpiadores y vigilantes, trabajos de ocho o diez horas diarias recompensados con salarios que con suerte llegan a los 300 euros mensuales”.

Pienso en todos ellos, pienso también en los amigos y amigas que están en casa y no pueden trabajar, algunos son autónomos o pequeños comerciantes, otros afectados por ERTEs, otros están anclados accidentalmente en países diferentes a los suyos y no pueden volver ni trabajar. Recibo de primera mano sus vivencias y sus historias en este  mundo hiperconectado en que vivimos y que hoy lo es aún más. Y pienso en quienes podemos trabajar desde casa –ya hablé sobre eso– y que somos en esta situación unos privilegiados.

Pienso también en quienes en medio de este mundo confinado llevan a cabo acciones que están más allá del trabajo con el cual se ganan la vida. Dedican tiempo a acciones para atender la personas en situación de necesidad y de vulnerabilidad. Dos ejemplos de iniciativas que me llegan estos días y con las que colaboro: Acathi y su iniciativa de crowdfunding  para atender personas migrad@s LGBTIQ vulnerables por COVID19 o el Fons Cooperatiu per l’Emergència Social i Sanitària, que proclama que “per impulsar una sortida social a la crisi, a més de mesures urgents, cal un Nou Model Econòmic. Que deixi enrere el capitalisme, redistribueixi la riquesa, acabi amb les desigualtats i transformi la nostra relació depredadora amb la natura”. Es decir, la crisis no se va a solucionar con una vacuna.

En un plano más político, escucho hoy Primero de Mayo discursos de los sindicatos: todos hablan de la necesidad de enfrentar esta crisis con soluciones diferentes a las del 2008: no provocar recortes, no restringir aún más los derechos laborales. Escucho un discurso de Lula, que habla con gravedad sobre el momento que estamos viviendo, local y globalmente y hace un llamamiento a un cambio de modelo, un cambio de actitudes. Es un discurso importante para mí, por ser quién es y porque procede de un gran país, en estos momentos con grandes incertidumbres por la gestión gubernamental de la crisis provocada por el COVID:

Esto que ya se comienza a apuntar como un discurso articulado es lo que decía que veníamos comentando estos días con diferentes personas. Tenemos claro que esta crisis y este confinamiento nos está haciendo reflexionar y cuestionarnos nuestros modos de vida y que cuando salgamos nos tocará vivir en un mundo donde nada será igual (ya comienzan a llamar a esa situación la “nueva normalidad”) y donde nosotros también habremos cambiado. Y en esa reflexión compartimos la idea que cada uno en particular y todas y todos en conjunto debemos ser artífices de ese cambio de actitud: esa proclama del Fons será viable si entre todas y todos lo hacemos posible a través de nuestras prácticas concretas y nuestras maneras de relacionarnos. Y también si quienes estamos en situación de mayor privilegio asumimos que somos quienes más tenemos que aportar en esta nueva situación: que se ponga en práctica de arriba a abajo aquello que decía Artigas, “que los más infelices sean los más privilegiados”.

Más allá de este planteamiento que puede tener algo de voluntarista, no estamos de acuerdo en si este cambio será un cambio profundo y estable o si volveremos a ser los mismos sujetos movidos por el modelo consumista, centrados en nosotros mismos, regidos por nuestros individualismos. Pero en lo que sí estamos de acuerdo es en que esta crisis será diferente que la del 2008 y  que tendrá una profundidad mucho mayor en cuanto que afectará no sólo las bases económicas sino también las bases sociales. Nadie sabe con certeza cuando podrán retomarse determinadas actividades económicas que eran centrales en la sociabilidad, por ejemplo cuando podrán abrir los bares, restaurantes, cines, teatros, o las actividades que reúnan un número elevado de personas: conciertos, espectáculos deportivos, mítines, cultos religiosos, incluso las actividades docentes. El efecto económico es indudable en una economía basada en los servicios como era hasta ahora la economía española y de algunos de los países con quienes hablamos. Pero también en los casos de actividades informales, no se sabe cuándo estas actividades podrán volver a realizarse y si se pueden llevar a cabo plenamente en un esquema de restricciones como se estima que será el de la “nueva normalidad”. Pero más allá de lo económico, tampoco nadie sabe cuando podremos volver a abrazarnos, besarnos, darnos las manos, hablar sin tener las caras tapadas y sin mantener las distancias, relacionarnos como lo hacíamos hasta hace 50 días, sin mayores aprensiones. Como no sabemos cómo será, adoptamos sin mayor dificultad y un poco acríticamente, la idea desdibujada de la “nueva normalidad”.

Pero en estas tendencias, en estas incertidumbres están las bases del cambio que se irá produciendo. Como antes señalaba, el cambio será el resultado de un juego entre actores, de una lucha en el campo, de clases, con una definición más amplia que la de la clase económica. No quiero hacer teoría ni futurología y por eso me voy a acercar a lo que está ya sucediendo a partir de un caso muy concreto pero que para mí permite pensar en cómo se irá produciendo este cambio.

Hablo estos días con mi sobrina María que está en Uruguay, un contexto diferente al de aquí, España. Participa con otras compañeras en una recogida y reparto de alimentos para mujeres y personas trans en situación de vulnerabilidad. En su caso estas actividades no forman parte de su trabajo sino que surgen de un movimiento social: “¿Donde están nuestras gurisas?” que se fue formando y consolidando antes de esta crisis. Y en un Uruguay confinado más voluntariamente que por orden gubernamental, María es de las personas que se desconfina además de para ir a trabajar, para participar en estas acciones.

Me explica que todo comenzó con un anuncio que pusieron en las redes sociales, donde pedían colaboración y ofrecían su solidaridad a las mujeres y las personas trans en situación de necesidad. Hablamos de la red de solidaridad que les da apoyo y permite obtener los alimentos que reparten. foto de ¿Dónde están nuestras gurisas?

Hablamos sobre sus experiencias, los barrios que recorren, las casas y pensiones que visitan, la gente con la que hablan. Todo es laborioso, me dice: hay que comprar, hay que preparar las canastas y hay que repartirlas. Hablamos de las innumerables acciones de solidaridad similares o en forma de ollas populares que están siendo tan comunes estos días en Uruguay. Claramente un contexto diferente al de nuestro entorno, pero que de una manera contundente nos está mostrando respuestas, solidaridad y compromiso. Y hablamos del riesgo por el COVID: no está planteado, me dice.

foto de ¿Dónde están nuestras gurisas?

Rescato de su Instagram un relato que es una reflexión sobre el sentido de estas acciones, donde queda claro esta conexión que apuntaba entre condiciones económicas y sociales y el cuestionamiento de nuestros esquemas que abre el paso a los cambios:

“El viernes pasado tuvimos una nueva jornada de repartir canastas. No eran muchas, pero había una que requería que cruzáramos todo Montevideo para llevarla. Hacer media hora de viaje por UNA canasta.

Por un momento comentamos la posibilidad de dejar la entrega para el lunes siguiente, y así sumarla en el recorrido en caso de se sumaran otras canastas en la zona.

Finalmente decidimos hacer un esfuerzo y llevarla ese mismo día. Cuando llegamos, ya caída la noche, Sara no dejaba de agradecernos. Nos comentaba que como todas las personas de la zona están complicadas, el Caif solo llega a darle una vianda por día para su hijo más chico.

Y la Intendencia pasó casa por casa, sí: para dejar un litro de hipoclorito y otro de alcohol.

Qué lástima que no sepan que el agua jane no es comestible, le digo en broma y enojada. Ella sonríe. Me dice que no sabe qué hacer ya: “no sabes lo doloroso y vergonzoso que es, ver a mis hijos llorando de hambre”.

A la vuelta en el auto fuimos, como siempre, comentando sensaciones, enojos, ideas, preocupaciones, risas, estrategias. Y yo no podía dejar de pensar en cómo estuvimos a pinto de repartir esa canasta 3 días después. Que liviano tomar esa decisión desde el privilegio y la distancia de tener la panza llena, el techo asegurado, los servicios pagos, y sin 5 hijos.

La desigualdad social ya existía, no es nueva. Pero esta crisis deja a muchas personas en situaciones mucho más precarias y expuestas que antes. Si podés y querés, acercate a apoyar alguna de tantas iniciativas solidarias que han surgido. También se puede aportar a la distancia, con donaciones de insumos/abrigos/dinero.”

Es un Primero de Mayo que sucede en el despegue de una crisis diferente a todas las crisis que hemos tenido. Y esta es una reflexión sobre lo que estamos pensando los confinados sobre nuestro momento actual y sobre el futuro, pero sobre todo, una mirada sobre lo que están haciendo las personas que ya están actuando y dando respuestas. Ese será el mundo que encontraremos cuando comencemos a desconfinarnos: un mundo en el que habrá cambiado de golpe la situación económica y social previa, pero también habrán cambiado las respuestas a las situaciones y a las necesidades. Y no sólo hablo de Uruguay. Hablo del surgimiento de respuestas sociales, de solidaridad. Algo que aquí en confinamiento está teniendo también su manifestación, como veíamos al comienzo. Iremos viendo lo que ocurre cuando las diferentes fases nos dejen mayores márgenes de movilidad.

foto de Bibliobarrio.

 

Sant Jordi, llega y pasa. Sant Jordi nos deja muchas cosas, cada año que pasa. Libros, rosas y vivencias. Porque Sant Jordi no es simplemente una compra de libros con descuentos, es un hecho social, tanto en el sentido durkheimiano del término como en el sentido coloquial. Para mi, para toda la gente con la que he hablado estos días, Sant Jordi es salir pronto del trabajo y lanzarse a las calles que están plenas de mesas y stands de librerías. Y de rosas, desde las más institucionalizadas, que en nuestro barrio son las de la floristería Navarro a las más populares, las de las paraditas en cada esquina, algunas simplemente un cubo con agua y las rosas: sacarse unos euros en este día en que la gente compre una o más rosas (cómo extraño los desayunos en el Bar de Miguel, en el mercado de la Concepció, rodeado de los trabajadores dicharacheros de Navarro! Estos días por WhatsApp charlo con Jorge Washington, uno de ellos con el que tengo más relación, y me cuenta del ERTE de la empresa: hasta mayo, me dice).

Sant Jordi es ganas de calle, con este aire de primavera que ya nos invade después de estos días de intensas lluvias, es tarde festiva de recorrer paradas, curiosear autores y autoras firmando, pasar a saludar a libreros y libreras amigas: me viene de pronto el recuerdo de hace años de Leviatán, al carrer Sant’Anna, Documenta en su antigua sede y en la actual del carrer Pau Claris, Negra y Criminal de la Barceloneta a las Ramblas, editorial Minúscula, Contrabandos, Jaime’s, La Central, Pròleg en Dagueria, luego en Sant Pere, pero siempre con su parada en Sant Jaume, que era nuestro destino final, al encuentro de los libros, las amigas y los amigos con quienes luego nos íbamos de copas hasta las tantas. Y así siguió siendo, año tras año.

No es este Sant Jordi confinado una fiesta de este estilo, pero en esta #illaeixample en que vivo nos rebelamos e intentamos recuperar esa faceta comunitaria de la fiesta. Desde el último post que escribí, el domingo pasado, las relaciones con @illaeixamble se ha intensificado: hemos contactado a través de Instagram, hemos establecido complicidades virtuales. Conecto rápidamente con sus propuestas. Me gusta ser parte activa de este proceso que describía de caida de la máscara invisibilizadora. Me interesa ver esta conjunción de lo virtual y lo presencial: cómo están tan imbricadas ambas fecetas y como el travase de una a otra produce efectos inmediatos.

Para estos días atendemos a la llamada que por las redes convoca a un #SantJordiaCasa y a un #SantJordiAlsBalcons. Llamada institucional y popular, espontánea, gente con ganas de vivir la fiesta.

Me preparo para decorar mis ventanas, para ofrecer a mi manzana el colorido y la creatividad que les pueda dar. Imagino mi ventana como una obra decorativa de Frida Khalo, por momentos me planteo una cosa más modesta y me acerco a la propuesta de la Casa Batlló que llena sus balcones de rosas gigantescas. Pero yo soy un pintor de acuarelas, aficionado y además en pequeño formato. Ahora bien, me estimulan mucho los desafíos y se me disparan la imaginación y las ganas de experimentar. Así que en una de las salidas a comprar me acerco a la Papereria Canut y, aparte de ver a Mercè y reencontrar una cara conocida, compro unas hojas de papel de seda con la intención de inventarme unas rosas corpóreas que combine el estilo Batlló, con algún toque de Frida. Mi experimento si bien me satisface, acaba siendo sólo una muestra que no cumple la principal función que es que la decoración sea visible y disfrutable por el vecindario.

Así que en decido volver a los pinceles y rescato unas cajas de cartón que tenía en casa desde hace años para enviar unos libros a Ca la Dona, que al final no se concretó. Desmonto las cajas, las preparo y considero que serán la base de mi decoración. Y vuelvo a Canut a comprar témperas: existencias prácticamente agotadas, me explica Mercè, todo el mundo se ha volcado a las manualidades, dice. (Y a hacer pan, pienso: no hay manera de encontrar harina integral en todo el barrio, desde hace semanas). Vuelvo con mis témperas a casa: dos envases de un cuarto de litro, roja y plateada, no hay otra cosa.


Extiendo los cartones en el suelo, cojo una brocha ancha comienzo a trazar sin diseño previo las formas voluptuosas de mis rosas. Extraño al principio este cambio de formato. de lo pequeño a lo grande, extraño la sensación que da el pincel, que a diferencia de la acuarela, va deslizándose en su recorrido pastoso que va dejando un trazo firme y denso sobre el cartón. Pero de inmediato siento que me invade una fuerza de libertad y acción y me dejo llevar: ya no quiero pensar en reproducir la forma sintetizada de los pétalos de las rosas, ya solo quiero que mi mano me guie y mi cabeza no sea la que controle el proceso. Pinto en cuclillas, por momentos arrodillado en el suelo: acabo un cartón y sigo con el otro y así hasta cuatro. Continua llegint »

Me levanto a las 5 de la mañana. No puedo dormir desde las 4. Es una constante estos días. Un insomnio reflexivo: no me inquieta ni me angustia nada. Hoy me despierto para ir al lavabo, oigo las voces de la pareja joven de arriba charlando en la terraza, no molestan, van varios días que los oigo: ellos viven el confinamiento con un ritmo cambiado al mío: viven más la noche, sus charlas se extienden hasta las 4 o las 5 de la madrugada. Al día siguiente duermen hasta el mediodía que es cuando los vuelvo a oír en sus llamadas de teléfono con manos libres. Nos complementamos: cuando ellos duermen yo me activo y viceversa. Cuando yo subo a la terraza a tomarme un café y comerme un bocadillo y a disfrutar un poco de sol cuando hay, del aire libre, de la sensación del cielo encima de mi cabeza, ellos duermen. A veces coincidimos y me asalta cierta sensación de invasión de su espacio privado, aún cuando formalmente no lo es: la terraza es comunitaria, a pesar de cierto litigio que se ha planteado por parte de los propietarios del piso del ático. La terraza es de toda la comunidad y para que quedara claro, hace meses puse un cartel en la puerta de acceso que así lo expresa. Soy el presidente de esta comunidad, una pequeña comunidad de 6 pisos, que en este momento son sólo 4 pisos los que están habitados.

De tarde suben a la terraza los vecinos del 2º, con su hijo Blai de 9 años: corre, salta, a veces incluso lleva los patines y se desliza por la terraza. Mi casa -vivo y estos días trabajo justo debajo- es un estruendo. Los primeros días del confinamiento me molestó y a punto estuve de pedirles moderación. Me contuve. Me situé en su perspectiva, en la del niño y la de sus padres y comprendí que estaban en todo su derecho de atender esta necesidad de aire, de esparcimiento, la misma que yo tengo cada mañana. Ellos a su manera y el niño con sus energías que tiene que sacar.

Y entonces acaban siendo una parte de mi reloj de la jornada que comienza con los chicos que charlan hasta la madrugada, yo que me despierto pronto y me levanto. Subo las persianas de la galería y abro los ventanales, que entre el fresco de la mañana, el sonido de los vencejos se persiguen por el aire con sus agudos cantos, enérgicos como el niño del 2º. Los vencejos, señal inequívoca de que la primavera avanza y pronto el aire será de verano.

Otros pájaros también cantan: ruiseñores, mirlos que veo comer en una terraza, alguna mallarenga o carbonera, los gorriones siempre presentes.

Los ventanales son la antigua galería de mi piso, típico del Eixample, que da a un interior de manzana plácido como muchos corazones de manzana de este barrio. A estas horas de la mañana todo está en silencio, apenas algunas luces de pisos de madrugadores y otras muy pocas de un edificio de oficinas del Ajuntament, que estos días también teletrabajan. El resto es silencio y calma, en una agradable sensación, con un  aire que aunque es fresco, se ha ido templando día a día: ya llevamos 38 días de confinamiento, en medio un cambio de hora que hizo que los amaneceres fueran más tardíos. Al rato comienza una lluvia mansa que armoniza aún más la sensación de silencio y calma.

Este lado de mi piso, una cara que apunta hacia el Norte, es ahora mi espacio para pintar, pero es también el espacio más comunitario, el que me permite, dentro de las limitaciones del confinamiento, vivir la experiencia de relacionarme y establecer vínculos presenciales con otras personas. Es también el espacio donde tengo la lavadora y donde, al igual que los demás vecino, tiendo la ropa que he lavado. Hay una base de acción social -en el sentido que decían los sociólogos clásicos- en este hecho: hacemos cosas similares y compartimos sus resultados como lo son nuestras ropas secándose al sol. Las prendas más grandes como las sábanas, que ondean al viento como banderas sin patria que como mucho proclaman que sobre ellas descansaron o se amaron personas (o se desvelaron y tuvieron insomnios, como los que tengo yo), otorgan a este espacio un aire de escenario dinámico, colorido, que apunta a festivo. A estas horas de la mañana poca gente es visible: tengo detectado un vecino de un edificio de delante que fuma y lee una tablet y otros que encienden desde primera hora una gran pantalla de televisión mientras desayunan.

Y yo voy atravesando el piso por uno de sus pasillos hacia la cocina, pongo el agua a calentar para tomar el té verde de las mañanas y pongo en el Spotify “Amar alguem” de Marisa Monte y toda la selección que me sugiere la aplicación y mientras el agua se calienta comienzo yo mi calentamiento caminando por el circuito que forman los dos pasillos paralelos de mi piso. Camino y poco a poco comienzo a correr. Corro hasta los 2000 o 2500, a veces hasta 3000 pasos (debo aclarar que en el piso de debajo no vive nadie en este momento: la familia que vivía, costarricenses, decidieron marchar a su país antes del confinamiento). Cuando paso por la cocina bebo un poco de té y sigo. Cuando termino de correr me ducho y ya estoy preparado para el resto de actividades del día.

Abro las ventanas que dan a la calle, las de la fachada Sur de mi piso. El sol que va naciendo se refleja en los ventanales de los edificios de delante. Me asomo al balcón. El verde fresco de las hojas de los árboles ya dificulta ver la calle: cuando entramos en el confinamiento apenas habían brotes verdes en las ramas. De este lado no hay nadie activo aún. Salvo los pocos coches que circulan y el supermercado 24 horas de la esquina. Yo ya trabajo o me dedico a las actividades que me he propuesto para el día. Al cabo de un rato, sobre las 9, abren sus ventanas los vecinos que tengo enfrente. No nos conocemos más que de vernos a través de las ventanas pero no hemos hablado nunca ni nos saludamos. En este juego de “ventanas indiscretas”, sé muchas cosas de ellos -como me imagino que ellos de mí- pero son muchas más la que me imagino sobre ellos y me he inventado y con el correr de los años que nos conocemos de esta manera, este relato inventado se ha ido superponiendo a la realidad. Es decir, se ha ido convirtiendo en su realidad para mí (debo decir que yo tengo una imaginación desbordada y que desde siempre me dedico a inventarme historias sobre la vida de las personas). Hay en esta historia datos que son reales, como por ejemplo la estelada, un llaç groc y una pancarta de “llibertat presos polítics” que tienen en el balcón y que mantienen siempre flamantes; tienen también un hijo que he visto nacer y crecer desde que estoy aquí y que ahora debe tener unos 20 años y al hombre creo haberlo visto por la Facultat en una ocasión, con lo cual he concluido que es un profesor ya que se pasa horas frente a un ordenador en un despacho lleno de libros que da al frente.

De este lado Sur de mi piso estos días percibo mucha actividad en los terrados de los edificios -gente que va a correr o hacer gimnasia o simplemente a tomar el sol- y en las terrazas particulares. Entre ellas destaca un dúplex en una de cuyas terrazas desde el comienzo del confinamiento dos chicos muy jóvenes ensayan con una guitara eléctrica y una batería una única pieza de hard rock. Es la versión cañera de la moda italiana de ofrecer arte por los balcones. A mis amigos Oriol y Cris les ha tocado un cantante de arias de ópera, que canta una diferente cada noche. A mí me ha tocado esta especie de tortura musical que imagino que algún vecino atenuó con una denuncia, ya que desde hace unos días el concierto se celebra indoor y los sonidos llegan bastante más atenuados.

A medida que avanza la mañana en el lado Norte el corazón de manzana se va despertando y llenándose de vida. Los balcones y las galerías de la fachada que da el sol se llenan de gente que lee, mira el móvil, charla o simplemente toma el sol. En algunos patios ajardinados la gente hace gimnasia en grupo, adultos y niños. En uno de los patios de abajo de mi casa dos niños de 4 y 2 años juegan confinados. Los acompaña Margarita, empleada y canguro a la vez. Margarita les habla dulcemente y les organiza juegos, mientras ella va tendiendo la ropa o realizando alguna otra tarea. Los niños la reclaman todo el tiempo: “Margarita, Margarita” y ella pacientemente los atiende. A veces están con los padres y estos días, que el tiempo ha mejorado, suelen comer en la terraza.

En un patio contiguo los ancianos de la residencia salen a tomar el sol. Es otra señal que el tiempo ha ido cambiando: todo el invierno el patio permaneció vacío a cualquier hora y ahora las plantas están bonitas, muchas flores y a todas horas hay gente tomando el sol, solos o en pequeños grupos.

En otro de los patios, que queda en lugar central de la manzana, un chico y una chica entrenan a un perro que por ahora se niega a obedecer, “no creu”. Ellos insisten y estimo que si siguen así saldrán del confinamiento con un can obediente como un pastor pirenaico. Esta terraza es compartida con otros vecinos del edificio que no llego a identificar si son parientes o no.

En el patio del edificio del Ajuntament, los días de semana dos chicos sin camisa toman el sol. Parecen ser operarios de mantenimiento, sin mucho trabajo en estos días en que el edificio está a mínimos de funcionamiento.

En otro patio que veo una adolescente y un niño juegan interminables partidas de pin-pon. El repique de la pelota es uno de los pocos sonidos, aparte de las voces, y en algunos momentos los cantos de los pájaros, que acompañan la mañana de este lado.

En una terraza del edificio de al lado, a la altura de mi galería, descansa, leyendo al sol, Lilian. Nos habíamos visto muchas veces, pero sólo desde hace unos días comenzamos a saludarnos y a entablar en la distancia un poco de conversación. Ella es escocesa, trabaja para una compañía aérea que no opera en estos momentos de confinamiento y está como todo el mundo en su piso, disfrutando de las tardes de sol, mirando el móvil, leyendo, mirando series, estudiando español, haciendo algo de gimnasia, según me cuenta. Los dos nos sorprendemos de este comienzo de comunicación que no se estila en esta comunidad: ella lo señala, aquí nadie saluda, nadie dirige la palabra, me dice. Hablamos, con dificultad por la distancia de unos 10 metros que nos separa, pero conseguimos preguntarnos y respondernos cosas: sé más cosas de ella en estos pocos días que de años de convivir con vecinos como los que comentaba antes u otros con los que tengo contactos más directos. Para ambos somos la posibilidad de establecer una comunicación directa, sin mediar la tecnología que tenemos estos días y por eso nos gusta estos encuentros fugaces de saludarnos por la mañana, conversar un momento por las tardes y poco más.

Pero esto que ocurre con Lilian es algo que está sucediendo en todo este pequeño universo social que puedo observar en la cara Norte y en la cara Sur de mi piso. Desde el comienzo del confinamiento hay una convocatoria que se ha transmitido a través de las redes de aplaudir a las 8 de la tarde por el personal sanitario. Esta cita se ha convertido también en una señal de las horas del confinamiento, es un hito en nuestra jornada, participemos o no en él. Algunas voces han querido impulsar la idea que este homenaje es también por las múltiples personas  que estos días continúan trabajando de manera presencial y que nos permiten continuar viviendo a los que estamos confinados. En realidad aunque se mantenga su sentido original o derivado, lo que resulta interesante es lo que acontece en estos 4 o 5 minutos que dura la ceremonia. Al comienzo iba a aplaudir a la cara Sur, la que da a la calle. El ritual era algo vicario, cumplidor pero poca cosa más.

De pronto descubrí que en la cara Norte, en el corazón de manzana se organizaba un aplauso con una gran participación: más allá que el sonido de las palmas al quedar encajonado en el recinto se amplificaba, los vecinos y vecinas interrumpían brevemente los aplausos para saludar al resto agitando sus manos. Al término del período más o menos establecido, desde una de las terrazas que queda en lugar central, un vecino que parece haberse atribuido el papel de director de orquesta, deja de aplaudir y levanta sus dos manos saludando al resto y poco a poco todo el mundo va haciendo lo mismo: dirigen sus miradas en todas direcciones y conectan visualmente con los demás. Todo un cambio: ¡nos miramos! Vecinos y vecinas que o nos nos veíamos o nos evitábamos, ahora gustamos de establecer este contacto visual, de saludarnos y detenernos en la mirada, como si fuera un reconocimiento, sobre todo el salto del límite convencional de mantener al otro y mantenerse en el anonimato. Como si fuera un ejercicio práctico de La presentación de la persona en la vida cotidiana, de Erving Goffman. El ritual del aplauso nos saca del espacio íntimo al espacio público y nos despoja del disfraz protector, de la máscara de invisibilidad e invidencia forzadas. Desconocidos que se saludan y contactan y también conocidos que se localizan, como con mis amigos Joan y Rosa, que nos distinguimos a unos 70 metros de distancia y nos saludamos cada día agitando los brazos: estamos aquí, estamos bien, parecemos decirnos, y añadimos en el gesto alguna nota de cierta alegría y jovialidad.

Salen también los mayores de la residencia de 3ª edad, esos vecinos que hasta ahora veíamos desde la máscara invisibilizadora. Forman en grupo, acompañados de las asistentes, aplauden y saludan al finalizar, con las muestras de cariño, de reconocimiento de todos.

Cuando acaban los aplausos los que se quedan en las galerías y balcones comienzan a entablar diálogos: a los del perro les preguntan cómo se llama, la edad que tiene y se extienden en la conversación. Otros hablan en la distancia, pero no puedo precisar lo que dicen.

Cuando se acaba la ceremonia de la cara Norte voy hacia la cara Sur. La cosa está, como decía, más fría de este lado. Vengo sobre todo porque he descubro que hay dos mujeres, una de ella anciana, de un balcón de delante, que me saludan cada día y me esperan. Con señas les explico que estaba aplaudiendo en la fachada posterior, lo comprenden.

Toda esta espontaneidad de la cara Norte se va convirtiendo en movimiento, en organización, con sus dinamizadores e incentivadores. El sábado 11 de abril luego de los aplausos y los saludos, comienza la música. Estoy en una esquina de la manzana y por tanto mi panorama visual es un poco limitado. Pero consigo ver que en las galerías la gente baila frenéticamente, cantan y gritan jubilosos. Mi vecina Lilian está entusiasmada, ella es joven, no tiene aún los 40 y le gustan mucho las fiestas nocturnas y las echa de menos. Bebe una copa y baila, canta y jalea la música y el baile de los otros. En medio de la música y el jaleo se sitúa en la esquina de su terraza más cercana a mi ventanal y hablamos. Ella no es muy de salir con los aplausos pero la música la entusiasmó. Aunque yo me voy a dormir antes que acabe, la fiesta dura hasta la madrugada con gran animación. Lo sé por mi amiga Ana que vive en la zona central y me cuenta por WhatsApp: era la celebración de un aniversario y cuando la casa que ponía la música decidió acabar, otros vecinos sacaron los altavoces y continuaron.

Días después mi amigo Oriol me envía un recorte de La Vanguardia que titulan: “Els vëins d’una illa de l’Eixample s’uneixen com mai”. Descubro que tienen un Twitter y un Instagram y comienzo a seguirlos. Ellos me contactan a través de Instagram: quieren saber si soy vecino de la manzana, dónde estoy. Nos situamos. Voy siguiendo sus cuentas y desde allí veo que son una parte de los impulsores de estas acciones. Ahora están proponiendo acciones para Sant Jordi y una acción que trasciende el corazón de manzana que es impulsar el apoyo al comercio del barrio.

Algunos ya han comenzado a poner sus nombres en los balcones y ventanas, que es una de las consignas de @illaeixample: “¡en esta manzana… es hora de conocerse!”, dice el post que enviaron hace dos días para invitar a la iniciativa.

Las cosas van evolucionando de esta manera tan dinámica y provocando una conexión entre personas que hasta el momento no se había visto. Seguiremos comentando.

Y antes de acabar señalo que soy consciente que estoy escribiendo desde una posición de clase media, pequeñoburguesa, sobre sus maneras de vivir y pasar el confinamiento, como criticó hace unos días un colega. Entiendo y defiendo también una mirada antropológica sobre este sector, sobre sus vivencias y sus experiencias. Esto no me hace perder ni la perspectiva ni mi compromiso con otras personas y sectores que se encuentran en estados más necesitados. Ya hablaré sobre esto en un próximo post.

El título de este post viene inspirado en esta cita de Marx: «El hombre, en el sentido más literal, es un zoon politikon, no solamente un animal sociable, sino también un animal que no puede aislarse sino dentro de la sociedad» (1). Reinterpreto a conciencia la frase para referirme al fenómeno del trabajo desde casa, que modernamente llamamos teletrabajo, en situación de confinamiento. Trabajar desde casa en relación a otros, formando parte de una organización o una acción organizada. Me referiré a la experiencia que estamos viviendo, como trabajadores del Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya, desde el 16 de marzo de 2020.

El viernes 13 de marzo, viernes, fue el último día que trabajamos en la sede del Departament de Justícia de la calle Aragó/Girona. Toda la semana la dedicamos a los pasos finales para la mudanza al Districte Administrariu (DA), en la Zona Franca, que sería nuestra nueva sede. A medida que avanzaba la mañana se iban acelerando los rumores de que en el fin de semana el Gobierno decretaría el confinamiento de la población. Tengo un vídeo que hice este día, donde recorro toda la planta y se ve el ajetreo, ilusionado de cada una y cada uno de nosotros, preparando las cajas para la mudanza. Le puse al vídeo la música de La gran belleza, quizás inconscientemente fascinado con el personaje, sensible, pero algo frívolo, de vuelta de todo, de Jep Gambardella. O quizás simplemente porque esa música me resultó atractiva para darle un toque dinámico y en sintonía con el aire jubiloso con que finalmente habíamos asumido el traslado.

Entre las pertenencias que enviábamos en las cajas iba el pequeño ordenador portátil y la mochila que nos habían entregado días atrás para su transporte cuando hiciera falta sacarlo de la oficina. Al llegar al mediodía Jordi, nuestro cap de servei, nos convoca. Reunidos de pie a su alrededor nos comunica que debemos llevarnos a casa el ordenador en la mochila, que lo más seguro es que a partir del lunes siguiente tengamos que comenzar a teletrabajar algunos días desde casa. Buscando un modo de comunicarnos ágil se crea un grupo de WhatsApp que lleva por nombre Servei de Rehabilitació. Pido, casi como si fuera un aviso, que no usemos el grupo para enviar cosas que no sean del trabajo. Sí, todo el mundo dice estar de acuerdo. Y llegadas las 3 de la tarde nos vamos marchando todos a nuestras casas: cierta emoción contenida de dejar el edificio que tantas jornadas de trabajo nos albergó. En medio del ajetreo no fue posible tomarnos una copa de despedida, como se había propuesto por parte de algunas personas del Servei.

Sede del Departament de Justícia, Aragó/Girona, de Barcelona

Sede del Departament de Justícia, Aragó/Girona, de Barcelona

Este traslado al Districte Administratiu centra el tema de las conversaciones y las preocupaciones del personal desde hace meses. Cada cual tiene el cálculo hecho de cuánto tiempo le costará ir hasta allí. Hay gente que dice que tendrán hasta tres y cuatro horas por día para ir y volver del trabajo. Hay grandes resistencias y grandes detractores, pocos defensores. A mí el traslado me supone un cambio muy grande: vivo a 5 minutos de mi trabajo y con el cambio me comportará añadir un poco más de una hora por día ir y volver. No me quejo, viví durante 18 años esta situación privilegiada de trabajar y vivir en el mismo barrio: siempre digo que yo estaba como en un pueblo. Y mi segunda actividad, que son las clases en Antropología en la Facultat de Geografia i Història, me suponían una caminata de 1 hora diaria, ir y volver, que me venía muy bien.

Continua llegint »

Se suceden los días del confinamiento. Van pasando, y hoy son 32. No pretendo contarlos ni narrarlos en una minuciosa, prolija etnografía: lo intenté a través de un diario que acabé simplificando en notas esquemáticas sobre lo que había ocurrido durante el día. O vivía estos días o los describía, fue la sensación.

Vivo solo, he hecho y hago muchas cosas, las iré contando para intentar una reflexión antropológica sobre el confinamiento. Hasta ayer no había sentido la necesidad de escribir. Escribir de esta manera, más allá del diario personal, el espacio íntimo, apenas compartido. (Me inspiro en una propuesta del grupo Anthropology of Smartphones and Smart Ageing del University College London, que resuelvo a mi manera).

Me dormí con la idea, más bien la necesidad, de incluir en mis actividades cotidianas, escribir para comprender. Me fui yendo en el sueño con la idea que no quería ni pensar ni escribir más que sobre lo que cada día puedo observar y entre sueños y desvelos (que es la manera como duermo estos días) fui teniendo claro que mi realidad iba más allá de mi piso, mi apartamento y de su sentido de apartado y hoy, además, confinado. Fui percibiendo que mi realidad está construida evidentemente en torno a este confinamiento en mi propia casa y a las cosas que hago. Pero no soy un Robinson Crusoe sino un ser relacionado, conectado con otros seres humanos (y también otros animales). Esas “cosas que hago” tienen claramente una faceta personal y en ocasiones introspectiva, pero cada una de ellas me conecta o busca relacionarme con otras personas: «yo soy porque nosotros somos», parece ser lo que me está revelando esta constatación.

Esas “cosas que hago” son una adaptación de una especie de plan original que me propuse -y que percibo que es algo común a las personas con que me relaciono y que están en mi misma situación- que se ha ido redefiniendo durante todos estos días. Cosas que son, en muchos casos, adecuaciones de las actividades que llevaba a cabo antes del confinamiento (por ejemplo, lo que llamamos teletrabajo), otras que son las que ocupan el lugar de las actividades que tenía más allá del trabajo (hay una especie de obsesión que tenemos por llenar el tiempo, por estar ocupados o entretenidos), otras que son actividades habituales que puedo continuar realizando.

El comedor de mi casa, convertido en espacio de trabajo.

En mi caso, además de trabajar, me propuse mantener y mejorar mi estado físico (caminar, correr, hacer gimnasia dentro de casa), mantenerme intelectualmente activo (leer en toda su diversidad, informarme de lo que está ocurriendo, escribir, postear en Twitter artículos que considero interesantes), llevar a cabo actividades creativas (pintar acuarelas, producir con un grupo de amigas y amigos pequeños relatos digitales, fotografiar y postear en Instagram)… Y por supuesto, cocinar y alimentarme y todas las actividades de cuidado físico e higiene. Todas ellas y algunas más, forman parte del plan original, que como decía se ha ido ajustando.

Pero hay otras actividades que van apareciendo y que son producto del proceso del confinamiento. La unificación de los diferentes espacios de actividad anteriores en el espacio físico de mi piso, me conduce a una conexión diferente con mi espacio doméstico. Comienzo por ordenar la casa y sus lugares en función del plan de actividades: de entrada, el espacio del comedor se transforma en el espacio para trabajar; el espacio de la galería, que era mi estudio, se convierte en el espacio para pintar. El espacio de la sala, continuación del comedor, inicialmente se convierte en el espacio para conectarme a través de videoconferencias con mis amigas y amigos y mi familia. La gran pantalla del televisor, que preside la sala se ha convertido en un artefacto inútil ya que poco lo encendía antes y dejé definitivamente de verlo a partir del confinamiento. Se transforma también este espacio con la instalación en uno de los balcones de lo que llamo una miniterraza, que me permite relajarme y tomar el sol y hasta hacer una pequeña siesta después de comer. Los demás espacios de la casa continúan manteniendo sus funciones anteriores.

Paulatinamente aparecen nuevos espacios, como el terrado del edificio, que ofrece la posibilidad de tomar el sol, sentir la sensación del aire libre y el cielo sobre mi cabeza. Subo cada día, a tomar el café con leche y comer el bocadillo como lo hacía en mis jornadas de trabajo y para acceder, paso por el espacio que ocupan los vecinos: cada día nos saludamos sin detenernos mucho en la conversación, pero vamos creando una rutina y una aproximación.

Aparece también el espacio de la galería que da al interior de la manzana, que es uno de los espacios donde cada día a las 8 de la tarde los vecinos aplaudimos para reconocer al personal sanitario que atiende a las personas afectadas por el Coronavirus. Este espacio, del cual hablaré en otro momento, se va convirtiendo en un espacio de relaciones a distancia o próxima entre vecinos y lo que era anteriormente un espacio de anonimato, se va convirtiendo poco a poco en un espacio de conocimiento y reconocimientos mutuos.

Pero cada una de estas actividades, cada uno de estos espacios se van mostrando como nuevos espacios de conocimiento y de relaciones sociales efectivas (en ocasiones presenciales, en otras virtuales). Eso lo que me interesa observar y reconocer. Vuelvo a la frase citada antes, el Ubuntu africano: «yo soy porque nosotros somos». No vivimos solos, las cosas que hacemos afectan a otras personas, dependen de ellas, las buscan para intercambiar y relacionarse y viceversa, todo lo que hacen esas otras personas me acaba involucrando a mí.

Me interesa observar y analizar cómo todo eso se continúa produciendo en este contexto tan particular del confinamiento. Especialmente, cómo las relaciones sociales persisten o se redefinen y brotan de manera impredecible. Y cómo, en todo ello, juegan un papel importante los medios digitales.